LES MORTS-VIVANTS
LES
MORTS-VIVANTS
Llevábamos ya tiempo en
París, pero seguíamos teniendo México en nuestros corazones como
el primer día que llegamos. Compramos abundante comida mexicana para
celebrar el Día de Muertos con una cena típica de nuestra tierra.
La cena se alargó hasta la medianoche, y cuando el champán y el
tequila ya se habían apoderado de nosotros, decidimos visitar el
cementerio más cercano. Buscamos en Internet, programamos en el
móvil el número 16 de la Rue du Repos, y con unas botellas de
mezcal nos dejamos llevar por la voz metálica de aquella mujer que
nos guiaba a través de la noche.
El cementerio estaba
abarrotado de gente. Sonaba música por alguna parte y en seguida nos
acercamos a ella. Un dúo interpretaba La vie en rose con un
acompañamiento de piano. La escucha fue verdaderamente exquisita.
-¿Quiénes son? -preguntamos
a un hombre de pelo largo y rizado que teníamos junto a nosotros.
-Les Morts-Vivants,
mesdames et messieurs.
-¿Mandé?
-Los Muertos Vivientes,
güeys.
Los que cantaban eran los
mismísimos Jim Morrison y Édith Piaf, con Chopin al piano e Isadora
Duncan bailando descalza delante de ellos. Un hombre de barba blanca
y bigote puntiagudo filmaba todo con una antigua cámara de cine. Se
trataba de Georges Méliès.
Nuestros ojos no podían dar
crédito a lo que veían. Nos giramos y empezamos a observar a todo
el que teníamos a nuestro alrededor. ¿Eran realmente lo que
pensábamos que eran… o había también alguien como nosotros? No
importaba demasiado, compartimos el mezcal con todo el mundo y nos
dejamos llevar.
La fiesta se debió de alargar
hasta altas horas de la madrugada, porque al día siguiente nos
despertamos con una resaca insoportable. Había sido una noche
maravillosa, extraordinaria. A pesar de que nos encontráramos
yaciendo a oscuras encerrados en unas tumbas de alto renombre
artístico. Sí, habíamos sido reemplazados.
Nuestra vida cambió por
completo desde aquel día. Por las noches podíamos salir a la
superficie y convivíamos con los demás residentes del lugar. Fue
así como, gracias a los periódicos que visitantes desconocidos
dejaban a Oscar Wilde, nos enteramos de que Les Morts-Vivants
habían iniciado una gira
musical por Europa. Hicimos buenas migas con Molière,
el hombre del
pelo rizado al que habíamos preguntado. También con Simone
Signoret, Gertrude Stein y
nuestro compatriota
Ramón Corral. Pero no con Trujillo, a ese no lo quería nadie.
Y
fueron pasando los días, las
semanas y los
meses. Les
Morts-Vivants actuaron en los
mejores escenarios del mundo cosechando grandes éxitos. Mientras,
nosotros nos íbamos pudriendo poco a poco. Por
las noches, unas veces
charlábamos de literatura con Oscar y Gertrude, y otras
ayudábamos a Proust a
buscar.
El
tiempo estaba ya perdido
hasta que una noche Les Morts-Vivants regresaron
a París. Y después de un
concierto en Pigalle, se apoderó de ellos el champán (y quién sabe
si también el tequila...), y decidieron recordar los
viejos tiempos del
cementerio Père-Lachaise.
Comentarios
Publicar un comentario